GRUPIS Y RENEGADOS
“Deberías tener mas cuidado,” me advirtió Peter Eisenman en 1970, en relación a mi crítica de ciertas prácticas en el Institute for Architecture and Urban Studies en Nueva York, del cual era director. “Aquí preferimos los grupis a los renegados.” Me había contratado, junto a dos de sus ex estudiantes para analizar y organizar los elementos dispares producidos por estudiantes subgraduados de la Universidad de Cornell para un proyecto sobre “Nuevos Asentamientos Urbanos,” (en realidad, Nuevas Ciudades inglesas de fines de la década de 1960) , cuyo informe final demandaba la agencia gubernamental que había otorgado la subvención para realizarlo.. Durante mi participación en el proyecto tuve que aguantar la interferencia burlona de Eisenman en nuestro trabajo; “Me encanta noquearte para ver cuanto tiempo tardas en levantarte,” dijo a manera de explicación. Muy pronto me dí cuenta de que todas la mujeres asociadas con el ámbito del Instituto eran esposas, amantes, grupis o víctimas. No había “protegidas.” Y las o los grupis tenían que profesar visiblemente su compromiso con la importancia de la obra de los Cinco Arquitectos, el grupo ficticio de “estrellas de la arquitectura” avant la lettre que Eisenman había inventado para conseguir la atención de los medios. Mi acceso al club era condicional, y mi lealtad probada en todas la ocasiones posibles: mi ponencia titulada “Verosimilitud” en el simposio CASE 8 celebrado en el Museo de Arte Moderno de Nueva York sobre la obra de los Cinco Arquitectos fue lo suficientemente abstrusa para contar con la aprobación de Eisenman; y él pareció tomar como un elogio mi crítica de su declaración sobre la falta de significado en sus diseños cuando presenté mi proyecto titulado “La Casa de los Significados” en la primera serie de conferencias del Instituto en 1971. También apoyaba mi propensión a hacer preguntas difíciles de responder a los arquitectos con exitosas prácticas comerciales que había invitado a dar conferencias en el Instituto, porque estas preguntas reforzaban su deliberada humillación intelectual.
Ser una grupi era completamente adverso al sentido de mi propia identidad, y tampoco podía aceptar que ser parte de la élite de la arquitectura neoyorkina pudiese estar basado en el amiguismo en lugar del mérito propio. También estaba opuesta a la exclusividad cerrada defendida por Eisenman, no solo respecto a la membresía en el Instituto, sino (aún más importante) respecto a sus proyectos. Me resultaba abominable que se jactase de que sus clientes debían renunciar al confort y uso de las casas que él diseñaba para que éstas pudiesen preservar su integridad conceptual. Y no encontraba gracioso que sus clientes tuviesen que “vivir en el sótano” o en otra casa más convencional en la misma propiedad – quizás debido una falta de sentido del humor de mi parte.
Aún si continué yendo a las conferencias y debates del Instituto, se produjo un gradual distanciamiento y me convertí en una “renegada,” aunque no me diese cuenta en ese momento. Más de quince años después de mi trabajo allí me pidieron que presentara uno de mis proyectos en una reunión de sus miembros, que se publicó en 1986 como “Las Cintas de Chicago.” Pensé entonces que el estatus de “token” (una mujer que hay que incluir para salvar las apariencias), había reemplazado al de “renegada” – solo para encontrarme con una confabulación para darme una paliza (el tema de un futuro blog.)
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