EL ACRÓBATA
“El acróbata no es una marioneta.
Dedica su vida a actividades
donde, en peligro perpetuo de muerte
realiza movimientos extraordinarios de infinita dificultad
con exactitud y precisión disciplinadas,
libre para partirse el pescuezo y romperse los huesos.
Nadie le ha pedido hacer esto.
Nadie le debe ningún agradecimiento.
Vive en el mundo extraordinario
de los acróbatas.
Resultado: con toda seguridad!
Hace cosas que otros no pueden hacer.”
Dictado por Le Corbusier a Balkrishna Doshi (a+u Magazine)
Encontré este poema en un librito sobre Le Corbusier que me habían prestado durante el primer mes de mis estudios de arquitectura en Argentina. Nuestro profesor de composición arquitectónica de primer año era un discípulo de Le Corbusier, por lo que me sentí obligada a entender su arquitectura. Pero me impresionó mucho más el poema que los edificios en el librito, mal representados en ilustraciones pequeñas y borrosas en blanco y negro. El poema, lejos de asustar a una adolescente que se veía como una rebelde que no estaba en deuda con convenciones de género o de ningún otro tipo con su alusión a huesos rotos, le abrió un mundo de posibilidades. De estas posibilidades, no identificadas específicamente con la arquitectura en el poema, la más atrayente era el ser capaz de hacer cosas que otros no podían hacer. Uno de mis poetas favoritos en ese momento (y todavía ahora) era el español Antonio Machado, cuyo poema “Cantares” yo recitaba una y otra vez como un mantra: Caminante, son tus huellas
el camino y nada más; caminante, no hay camino, se hace camino al andar. Al andar se hace camino y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar. Caminante no hay camino sino estelas en la mar.” Ambos poemas convergían en la idea potente de una vida que carecía de diseño previo, una que habría que diseñar ab novo. Aunque la mitad de los estudiantes en mi promoción eran mujeres, me dí cuenta de no existía ninguna ventaja en asociarme con ellas, y que podía ganar un respeto mayor por mi trabajo de mis compañeros varones, en parte porque yo podía “hacer cosas que ellos no podían hacer,” como mis observaciones inesperadamente originales sobre el sitio o el programa de un proyecto que se generaban en un proceso analítico complejo. Durante y más allá de mi educación no había modelos de mujeres arquitectas para emular, ni edificios diseñados por mujeres en los libros de historia de la arquitectura que estudiábamos. Mis compañeras y yo éramos como huérfanas en la tormenta, fáciles de desarraigar del camino elegido, como les ocurrió a la mayoría de ellas que abandonaron la profesión cuando fueron madres, o que se convirtieron en las administradoras tras bambalinas de los estudios de sus maridos. Esto ocurría en los últimos años de la década de 1960, pero sé que el problema persiste todavía hoy, con la excepción de opciones de escape disponibles a personas acaudaladas.
Cinco décadas después de haber descubierto el poema de Le Corbusier me pregunto qué fui capaz de hacer “ que otros no pudieron.” Una lista incompleta: hacer visible la invisibilidad de las mujeres arquitectas en Estados Unidos; abrir el camino para que otras mujeres fueran consideradas para los codiciados encargos en la ciudad de Columbus, Indiana; introducir el estudio de la naturaleza y el paisaje en los planes de estudio de la arquitectura años antes de que el “urbanismo paisajista” apareciese en la mayoría de las facultades de arquitectura de Estados Unidos; introducir el concepto de “ función” no como “utilidad” sino como “propósito” durante la década de 1980 cuando enseñaba teoría y diseño en la facultad de arquitectura de Columbia University; conseguir establecer un plantel paritario entre profesores varones y mujeres en Parsons cuando ya había reacciones violentas contra las demandas del feminismo durante la década de 1980, y aún lograr un grupo integrado exclusivamente por mujeres profesoras cuando fui directora del programa subgraduado de arquitectura en Columbia; crear nuevas tipologías para las casas de bomberos y las viviendas colectivas. Creo que, dadas otras circunstancias, podría haber hecho más. Pero, como dijo tan acertadamente el boxeador Joe Louis, “hice lo mejor que pude con lo que me tocó.”
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